La lejana sombra del chabolismo
Hace diez años que cayó la última infravivienda de la ciudad; hoy en día, no hay rastro de este fenómeno
Cáceres – 08/12/2009
El día que le tiraron la chabola, Domingo Salas (53 años) lloró. Era el último chabolista de Cáceres. Un hombre inválido, al que le amputaron la pierna derecha cuando tenía 25 años, que tuvo que aguantar en El Refugio más que sus vecinos. Las máquinas excavadoras tiraron todas las casas que había alrededor de la suya, y sus ocupantes se marcharon a viviendas sociales construidas por la Junta de Extremadura. A Domingo le adjudicaron un piso en una cuarta planta, por lo que prefirió quedarse hasta que se lo pudieron cambiar por un bajo en La Mejostilla. Aún después le tocó esperar más porque su silla de ruedas no entraba por la puerta.
El día que aquel gitano no pudo aguantarse las lágrimas fue el 26 de mayo de 1999. O sea, hace una década.
Desde entonces, la historia del fenómeno chabolista en la ciudad se reduce a intentos individuales o colectivos mal organizados y escasamente eficaces. Y con una finalidad distinta: construcciones levantadas no con el horizonte de consolidarse, sino como un modo de protesta para pedir un piso oficial. Algo simbólico.
El último ejemplo
El último ejemplo es la protesta liderada por un grupo de jóvenes gitanos a finales de noviembre. Casados muchos de ellos, con hijos algunos y cansados todos de compartir techo con sus padres, decidieron levantar 16 casetas a base de lonas y tablas de aglomerado en la calle Ródano. Incluso llegaron a cortar el tráfico una mañana entera en el cruce con la calle Tíber, junto a la iglesia de Aldea Moret. Fue su manera de exigir a las autoridades una vivienda social que la mayoría de ellos no habían solicitado antes por los cauces oficiales.
Denominarlo revolución sería faltar a las revoluciones que ha habido en el mundo. Fue más bien un acto de rebeldía, al que bastó para derrumbarlo el poder intimidatorio de un treintena de agentes de la policía, algunos de ellos de la Nacional y con los cascos colgando del brazo. Durante esa protesta que duró 24 horas, algunos de los jóvenes gitanos recordaban que hacía años, algunos de sus mayores hicieron lo mismo y les salió bien. Y prometían que si les obligaban a tirar sus chabolas, como así fue, levantarían un poblado de verdad, con casas de hormigón y ladrillo. «Levantamos otro Carrucho», llegó a proclamar uno de ellos.
La aplaudida alusión, en pleno fragor mediático de su reivindicación, se refería al que durante treinta años fue el mayor poblado chabolista de Cáceres. El Carrucho estaba en la carretera de Medellín, y desapareció entre julio y septiembre de 1996, un par de años antes que El Refugio, un asentamiento menor comparado con El Carrucho y El Junquillo. Los dos últimos alcanzaron tal grado de consolidación que ejercieron una suerte de efecto llamada entre una parte del colectivo gitano, de manera que atrajeron a la ciudad a gente que hasta entonces sólo habían pisado la capital de visita familiar.
Una década después, El Carrucho, El Junquillo, El Refugio y las Prefabricadas son historia. El avance en las políticas sociales y la vigilancia policial han reducido el fenómeno chabolista en Cáceres a un recuerdo, y parece poco probable que llegue a consolidarse un barrio como aquellos en estos días.
La amenaza de que vuelva a surgir un poblado de infraviviendas construidas con chapa y madera es una sombra. Una sombra lejana.
Fuente: Hoy.es
Mundo Gitano – Gypsy World