Gitano y palestino – Ddoble discriminación

Gitano y palestino, doble discriminación

En Jerusalén, donde las identidades tienen especial relevancia, unas 170 familias conjugan sus raíces gitanas con su condición de palestinos en un ejercicio de equilibrismo que en ocasiones les deja en tierra de nadie.
 

Palestinos-gitanos (crónica) 05-06-2008

Las autoridades israelíes los tratan como a cualquier otro árabe, mientras que la mayoría de palestinos los percibe con los mismos estereotipos que persiguen a los gitanos allá donde estén.

Sirva como ejemplo que el término árabe para gitano, ‘nawar’, es peyorativo y suele ir acompañado de un escupitajo contra el suelo.

Ellos, los gitanos del este del Mediterráneo y de Oriente Medio, se autodenominan domari (de ‘dom’, que significa hombre en su lengua nativa) y en su mayoría son musulmanes, a diferencia de los roma, que se establecieron en Europa y profesan el cristianismo.

Su presencia en Jerusalén está documentada desde el siglo XIX, donde hoy se reparten entre Bab Hutta -un humilde barrio de dentro de la ciudadela amurallada-, Ras Al-Amud o Silwan.

A primera vista, nada los distingue de sus vecinos: Hablan árabe, viven en la parte palestina de la ciudad y tampoco se han librado del exilio en los conflictos bélicos con Israel.

En la Guerra de los Seis Días de 1967, huyeron a Jordania nada menos que 34.000 de los 35.000 gitanos que residían en Jerusalén.

El Centro de Investigación Domari reconoce la dificultad de cifrar el número de gitanos que viven hoy en los territorios palestinos porque muchos rehúsan definirse como tales.

Se calcula, sin embargo, que suman unos 7.000 entre Israel y los territorios palestinos, más de la mitad de ellos en la franja de Gaza, donde históricamente han tenido mucho contacto con sus compañeros de origen y diáspora egipcios.

‘Los domari tenemos el mismo problema que el resto de palestinos: la ocupación israelí’, sentencia Abdelhakim Salim, el mujtar (especie de notable) de esta comunidad en Jerusalén.

No es del todo así. Los gitanos se enfrentan a lacras sociales específicas que van más allá de los arrestos, registros de madrugada y barreras al movimiento que refiere el mujtar.

Para empezar, los domari de la ciudad santa viven de media en hogares de ocho personas donde sólo entran setecientos dólares (450 euros) al mes.

Además, padecen índices de analfabetismo (un 40 por ciento) y absentismo escolar muy superiores al conjunto de los palestinos, uno de los pueblos más capaces de leer y escribir de Oriente Medio.

Las drogas también causan estragos entre los jóvenes, que suponen el 75 por ciento de los gitanos de Jerusalén, explica Imad Jauny, director ejecutivo de Burj Al Luq Luq, una institución que trata de evitar que los niños y adolescentes que no pisan la escuela pasen todo el día en la calle.

‘Su autoestima como colectivo está muy afectada. Lo vemos en la gente con la que trabajamos’, agrega Jauny antes de indicar que el noventa por ciento de los usuarios de su centro social son gitanos.

Para cambiar este orden de cosas, Amum Salim creó en 1999 el centro Domari, con el que trata de mejorar el nivel de vida de la comunidad gitana y frenar la progresiva desaparición de su cultura.

Salim teme que la herencia gitana muera aplastada entre la indiferencia de las autoridades israelíes, ‘que se niegan a considerarnos como minoría en una ciudad llena de minorías’, y la asimilación interesada de los palestinos.

Todo ello con el tiempo en contra, pues sólo algunos ancianos son capaces de expresarse en domari, mientras que los bailes y trajes propios casi han pasado al olvido.

‘Yo no me considero palestina. A mí no me avergüenza definirme como gitana de Jerusalén. Vivimos aquí desde hace doscientos años y estamos perdiendo nuestras tradiciones’, lamenta la fundadora de esta sociedad que el año pasado visitó el escritor israelí y Premio Príncipe de Asturias de las Letras Amos Oz.

Es uno de los múltiples retos de un colectivo discriminado por partida doble -en tanto que gitano y palestino- que busca su encaje como minoría dentro de una minoría.
 
Fuente:  Terra Actualidad – EFE

 

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