América

        El mapa de la exclusión en la Argentina

  

Un estudio realizado por Dan Adasko y Ana Lía Kornbilit, examinó la intolerancia en 4.971 adolescentes argentinos escolarizados en escuelas públicas de 21 provincias del territorio nacional, y concluyó que el colectivo más discriminado es el de los gitanos

Tierra del Fuego - Rep. Argentina - 04/02/2009

Si hay un lugar común tan sintomático del ser nacional es esa compulsión a saber cómo nos ven "los de afuera". El más común de los mortales -pasaporte comunitario o norteamericano mediante- es candidato a la pregunta que apenas disimula las expectativas de respuestas como que tenemos las mujeres más lindas o que Buenos Aires es la París de América latina. Como si tales comparaciones ratificaran nuestro lugar en el mundo: podemos dormir tranquilos, somos como ellos y no somos como los otros. Una identificación con la mirada del interrogado.


¿Qué descubriríamos si, en lugar procurar ser reconfirmados por la mirada de los privilegiados, intentáramos vernos a partir de nuestra propia mirada de otros "otros", de esos otros excluidos de la rueda de la fortuna?


La figura del "otro" suele remitir a minorías que, debido a sucesos históricos, políticos o económicos -migración, colonización, invasiones, deportaciones o expulsiones- habitan un territorio donde la mayoría de los ciudadanos pertenecen a otra cultura o raza, hablan una lengua diferente o profesan otra religión. Pero en sentido lato, se considera minoría a cualquier grupo que contraste con los valores y las costumbres comunes en la mayoría de la población y que, en consecuencia, se encuentre marginado u oprimido en su derecho a ser como es. Asomarse a esas minorías silenciosas en la Argentina, puede ser una mirada sobre una realidad que, contradictoriamente, es tan visible como invisibilizada. Sin embargo, un informe reciente de TNS Gallup realizado sobre 1000 entrevistas domiciliarias reveló un recrudecimiento de la discriminación: 8 de cada 10 entrevistados considera que hay "mucha o bastante" discriminación, mientras que en un estudio de 2001, el 72% de los encuestados había opinado en igual sentido.


Los resortes de este escenario son ilustrados en un informe publicado en 2007 por la DAIA, que incluye una serie de investigaciones sobre minorías discriminadas en el país. Lo más notable del informe es que nos descubre el estereotipo en nuestra relación con la otredad: discapacitados, personas con problemas de salud mental, afrodescendientes, pueblos originarios, inmigrantes de países limítrofes, ciudadanos chinos y coreanos, mujeres, indigentes, individuos cuyo aspecto físico no responde a los patrones estéticos socialmente establecidos como válidos, adultos mayores, homosexuales, musulmanes, Testigos de Jehová, niños, gitanos. Todos integran minorías que son el blanco de patrones discriminatorios que remiten a imaginarios y discursivas arraigadas en el inconsciente colectivo.


Un estudio realizado en 2006 por Dan Adasko y Ana Lía Kornbilit y publicado por la Universidad Nacional Autónoma de México, examinó la intolerancia en 4971 adolescentes argentinos escolarizados en escuelas públicas de 21 provincias del territorio nacional, y concluyó que el colectivo más discriminado es el de los gitanos, seguidos en orden decreciente por los judíos, los chilenos, los orientales, los bolivianos, los estadounidenses, los peruanos y los paraguayos. Por cierto, hay factores históricos que moldearon la discriminación xenófoba en nuestro pasado. El proyecto inmigratorio de los albores de la Argentina se plasmó en un programa político-demográfico, uno de cuyos ejes programáticos fue "blanquear" a la población como condición para el desarrollo nacional. Es cuando menos llamativo, que el artículo 25 de la Constitución Nacional permanezca, tras la Reforma del 94, el mismo que restringe la inmigración africana y asiática y reniega de las comunidades afrodescendientes e indígenas.


Pese a reconocerse como un país pluricultural, lo cierto es que si nos interrogan acerca de los pueblos originarios, seguramente seremos capaces de mencionar a los mapuches, tehuelches o charrúas cuando, en verdad, se registran más de 1150 comunidades, algunas ignoradas por la mayoría de los conciudadanos.


Una de las expresiones más notorias en nuestro historial fue la célebre placa roja de Crónica TV: "Murieron dos personas y un boliviano", aun cuando el rechazo hacia los inmigrantes latinoamericanos suele ocultarse tras el argumento de que les quitan puestos de trabajo a los nativos.


Sumándose a estas figuras tradicionales, surgen nuevos rostros de la discriminación: en una sociedad que hace un culto de la imagen, el fenotipo -el conjunto de rasgos físicos y conductuales- es determinante de las actitudes individuales y colectivas. El "aspectismo" es la idea de que alguien puede ser excluido por su apariencia negativa a juicio de otra persona, mirada de las sociedades contemporáneas que produce sanciones en los boliches, en los shoppings y en el ingreso al mercado laboral -los gordos y los feos son excluidos de cualquier trabajo, incluso de aquellos cuyo desempeño no justifica racionalmente su exclusión-. En sociología se recurre a la expresión "grupos verticales" cuando una minoría es reconocida por los grupos sociales mayoritarios. Aquellos grupos que no logran ser reconocidos como minorías se denominan "grupos horizontales", discriminados en los ámbitos laboral y académico; tal es el caso de quienes no se ajustan a criterios estéticos dominantes.


Cada etnia o grupo social se forma una representación estereotipada de los demás grupos, animadas por un pensamiento esencialista que promueve la idea de que hay una presunta "esencia" que instaura una norma de lo que debe ser y de lo que no debe ser. A partir de los ideales de la Ilustración, en particular del declamado principio de igualdad, se intentó hacer desaparecer los particularismos étnicos y raciales y todo signo de exclusión. Sin embargo, el principio de la igualdad jurídica asociado a un espíritu universalista y democrático también dieron lugar al rechazo de las diferencias culturales, induciendo incluso su desaparición: al proclamar la igualdad formal de los individuos, la democracia moderna niega las diferencias, las que son transformadas en algo reprimido, no consciente, que, tarde o temprano, afloran bajo una forma patológica o monstruosa.


Este escenario reclama una respuesta urgente. Pero su implementación no es sencilla. Porque la alternativa se condensa en el siguiente interrogante: ¿reivindicar la preservación de las identidades de grupo contra un falso universalismo "etnocida"? ¿O invocar los derechos humanos universales, preconizando el fin de los particularismos? Por un lado, la asimilación total no significa la realización de la igualdad, y tiene el costo de negar las identidades de las minorías. Por otro, la tolerancia incondicional hacia las comunidades homogeniza al individuo, obstaculizando su existencia fuera de los cánones establecidos por su pertenencia comunitaria.


Confrontándose al problema de las políticas en contra de la exclusión, que producen el efecto paradójico de contribuir a tipificarla y a reproducirla como tal, una propuesta reciente es que los derechos de las minorías sean reconocidos siempre y cuando no contradigan los derechos universales. Pero demás está decir que hoy por hoy, no es más que un desideratum, a menudo impulsado por una estrategia basada en la corrección política.


No se trata de un problema reciente. Las sociedades permanecen atravesadas por el proyecto político de origen. Y en la Argentina, el ideal del crisol -selectivo-de razas devino en la intolerancia hacia grupos que persisten en conservar rasgos propios. Por cierto, las víctimas suelen ser quienes enfrentan y, a veces, denuncian estas prácticas sociales, pero una expresión discriminatoria no es un problema del "otro" sino que es un problema de la sociedad en el que estamos involucrados. Es así que el fenómeno de la discriminación no guarda tanta relación con la figura del otro sino con nuestra propia estructura identitaria, que teme ser puesta en crisis por la presencia de lo que imaginamos como una amenaza a nuestra identidad.


No se trata sólo de actuar sobre el síntoma -las actitudes discriminatorias-, sino sobre lo que ese síntoma nos revela: cierta imagen mítica narcisista de lo que no somos pero aspiramos a ser. Sabiendo de antemano que no se trata sino de un intento fallido. Pues ese ideal -eurocentrista- al que aspiramos ni siquiera existe ya en sus patrias de origen. ¿Tiene algún sentido, entonces, continuar en la búsqueda de una identidad, tan ilusoria para nosotros como superada en donde aconteció, por el curso mismo de la historia?


Tras recibir el premio Príncipe de Asturias, el semiólogo e historiador búlgaro Tzvetan Todorov declaró en una entrevista, que hoy los bárbaros son "potencialmente, usted y yo. No se trata de individuos monstruosos e identificables de una vez. Somos nosotros en ciertos actos y actitudes que consisten en no reconocer la plena humanidad de los otros, porque son diferentes... La barbarie nos amenaza a todos desde el interior".

Fuente: Tiempo Fueguino