España

"Quiero morir en Granada y dejar mi legado a la ciudad"

Una vida resumida en medio siglo de amor a las seis cuerdas de una guitarra, entre los barrancos de un Sacromonte alegre y humilde. Ha tocado para los mejores del mundo flamenco

Granada - 23/03/2009

JUAN Carmona Carmona (Juan Habichuela) tiene 76 años y la Parca prendida al cuello en forma de tumor inoperable. Una cuerda vocal rota por la enfermedad no le impide exhibir una gracia de nacimiento que ahora susurra. Desde hace tres años espera lo inevitable y se entretiene hilando recuerdos en la soledad de su pisito de Villaviciosa (Madrid), mientras, el presente, le está devolviendo pequeños porcentajes de una trayectoria artística de 52 años basados en el talento y la generosidad que lo han consolidado como gran tocaor de acompañamiento de la historia. Cuando conoció el irreversible proceso de su enfermedad, Juan Habichuela expresó su deseo de acabar sus días en la ciudad de la Alhambra.

-¿Por qué quiere morir en Granada, una ciudad que no se distingue precisamente por tratar bien a sus artistas?

-Es cierto, pero también es mi tierra, donde están enterrados mis padres y de donde es toda mi familia. Sólo quiero que durante un tiempo me paguen el alquiler de un piso pequeño; a cambio, dejaré mi legado a la ciudad, porque se va a perder. Estoy hablando de fotos, cartas, centenares de premios, tres guitarras de grandísimos constructores como Vicente Arias, Santos Hernández, López Bellido y una del siglo XIX.

-¿Y le hacen caso?

-Al alcalde ya le conté mi situación y me dijo que eso le traería problemas con el PSOE, yo le hablaba de cultura y él de política. Pero hace cuatro meses, el presidente de la Diputación y la diputada de Cultura, Asunción Pérez Cotarelo, conocieron mi situación e iniciaron el proceso legal que permita acoger mi legado en Granada.

-¿Su familia qué son, gitanos-gitanos o gitanos-payos?

-Gitanos. Se han integrado. Tengo una hermana casada con un payo, pero es muy buena persona. El único payo que teníamos era Ramón, mi cuñado, que murió hace dos años

-¿Cómo fue su infancia en el Sacromonte?

-Pasé mucha hambre. Luego, con nueve años, mi padre me ponía un sombrerillo, una camisa de lunares y unas botillas. Íbamos por los bares, me subía encima de las mesas, mi padre tocaba regular, yo bailaba y luego me quitaba el sombrero y pedía. No conozco a ningún flamenco que haya hecho eso, pero yo estoy orgulloso de haberlo hecho para comer.

-¿Qué tal bailaba?

-Gracioso. Movía muy bien los pies y despertaba mucha simpatía porque era chiquitillo y morenito. Mi madre siempre me llevaba muy limpio y las hambres nos las quitamos porque ganaba un dinerillo.

-¿Y la escuela?

-No fui al colegio y mi padre sufría. A los 12 años me puso un maestro que iba a mi casa y me enseñó a leer y escribir, regular, y las cuatro cuentas. Pero siempre he respetado a las personas. He sido un hombre que, aunque no he tenido esa educación que enseñan los colegios, de mí ya salía el respeto y las buenas maneras, nací con eso, era muy callaíco, hablaba lo sucinto si me preguntaban. Desde los diez años he sido una persona correcta, sin hacer diabluras como los niños, que robaban o cogían algo cuando les hacía falta. Yo pedía. Recuerdo que ponían un puesto de higos chumbos: "Péleme usted uno", decía yo. Me lo daban y me lo comía. La señora me miraba: "¿Y el dinero? Bueno, vale".

-¿En qué ha cambiado la vida del Sacromonte?

-En mi época había alegría por todas partes, ahora está más apagado. Sigue habiendo danzas, una o dos, pero antes, cuando yo tenía 12 años, había cinco o seis zambras. Aquello estaba abarrotado de turistas admirando el colorido de las cuevas tan bonitas, tan bien adornadas, con ese cobre, muy blancas, pintadas con cal, era increíble la limpieza que tenían las cuevas, con las sillas de anea...

-¿Qué efecto producía en los turistas?

-La gente se quedaba como eclipsada viendo cómo eran las cuevas, el colorido, qué gitanas más guapas, con 20 años, con aquel pelo largo y rizado, guapísimas, muy limpias. Mi madre me ponía un pantalón estrecho y una camisa siempre reluciente. Yo nunca olía mal, en la casa había un lebrillo muy grande donde me bañaba, luego me echaba colonia de esa mala. Mi madre era limpísima y me llevaba muy bien puesto, con mis botillas,

-¿Y sus hijos, Antonio y Juan, fundadores de Ketama?

-Lo primero que hice fue ponerlos a estudiar. He sufrido mucho con eso, porque se veía que eran espabilados, pero… Les pregunté: ¿qué carrera os gusta? A mí cantar, a mí la guitarra. Perfecto, pero estudiad y terminad una carrera, la que sea… Derecho que es lo más fácil. Papá, ¿qué es Derecho? Tú estudia, yo no sé nada, hijo, pero la vida me ha enseñado unas poquitas cosas que no quiero enseñároslas ni que las hagáis vosotros. Trabajaron, formaron Ketama, se hicieron famosos.

-¿Cómo fue su estancia en Madrid?

-Me fui a la capital con quince años y ya bailaba y tocaba la guitarra. Me coloqué en Torres Bermejas, un tablao famosísimo por donde desfilaron los mejores cantaores, guitarristas, bailaores, todos los buenos, todos. Allí estuve casi cuatro años y vi debutar a El Güito y a Mario Maya. Coincidí con Juan Valderrama, con Manuela Vargas, con Camarón que tenía 14 años y empezaba a despuntar. Miguel de los Reyes, que bailaba y cantaba de aquella manera, venía mucho y cuando lo escuchó se lo llevó a Pasapoga, en la Gran Vía.

-¿Su primera gira?

-Estaba trabajando con Manuela Vargas cuando nos ofrecieron hacer una gira por Estados Unidos. Salí de Torres Bermejas y la primera gira en la que salí de España: Nueva York. Eso para mí fue lo más grande. No sabía nada de inglés, tuve que aprender un poquito. Yo formaba pareja artística con Fosforito. Fue en el año 1964, para la Feria Mundial de Nueva York, y hubo tal éxito de la representación de España que la Feria se convirtió en española. Los Kennedy vinieron a vernos y uno de ellos nos invitó...

-¿Cuál: John, Edward...?

-Sí, ese. El senador Eduardo Kennedy nos invitó dos días a Washington a toda la compañía: Manuela Vargas que era la figura, El Güito que venía de bailaor y el Beni de Cádiz, luego cuatro niñas bailando, Fosforito al cante y yo tocando la guitarra. Ellos lo que querían era recordar el colorido que habían visto en la Feria de Sevilla. Cogimos un vuelo desde Nueva York. Al llegar había dos limusinas esperando. La finca que tenían ellos era un poquito más grande que la Casa de Campo de Madrid y en medio tenían la mansión. Cuando llegamos estaban friendo churros en unas sartenes gigantes, era lo que más les alucinó del viaje que habían hecho a la Feria de Sevilla.

-¿Quién ha sido el cantaor más grande?


-Para mí, Chacón. Pero hay muchos: Manuel Torre, Juan Varea padre. Cepero que era un pedazo de cantaor antiguo, cuando lo conocí él tenía ya 60 años.

-¿Y a los que usted les has tocado?

-Caracol, que era un poquillo raro para tocarle porque no tenía muy buen carácter, Mairena, Juanito Varea, Rafael Farina. Y Fosforito, Valderrama, Morente, Camarón, a casi todos, porque he sido guitarrista para cantar, no solista. En América me obligaron a hacer un solo para abrir un concierto, hice una granaína, por mi tierra

-¿Por qué no ha querido ser solista?

-Porque hay que nacer para eso y hay que estudiar mucho. La guitarra solista es muy distinta a lo que yo hago, es mucho más difícil, tienes que ir al Conservatorio más tiempo y estudiar mucho. Además, el cante me gusta una barbaridad. Mi fuerte ha sido tocar para cantar, por eso me paraba y escuchaba a los cantaores, cuando se atravesaban, cuando cantaban a ritmo, ahí estaba yo preparado para cerrar. Saber qué hacía cada cantaor, dónde veía yo que podía desafinar o irse de ritmo, esa capacidad la tenía yo, a mí me rifaban todos. Para mí el mejor ha sido Montoya. Pero a partir de esa época yo me dediqué a expresamente y lo hacía bien. No se ha quedado ni uno al que no le haya tocado y haya grabado con él.

-En cualquier caso sus discos como solista han sido históricos.

-Bueno, eso dicen. Yo he acompañado en grabaciones a muchísima gente, pero hay quienes aseguran que la más importante fue la que hice con Manolo Caracol [1968]. De todas formas mi primer disco propio fue 'Juan Habichuela de la Zambra al Duende' [1999], es especial para mí y siempre lo digo: yo puse el alma ahí, y todos los demás pusieron el corazón. Ya en el segundo ['Campo del Príncipe', 2002] hubo varios temas compuestos por mí. Hace poco me concedieron un Grammy Latino al mejor Álbum de Flamenco de 2007, el disco se titula 'Una guitarra en Granada' y es un homenaje a mi ciudad. El premio es muy especial, porque me lo han dado a esa edad en la que empiezas a estar malillo.

-¿De su familia cuántos se dedican al flamenco?

-Casi todos. Mi hermano Pepe que toca muy bien la guitarra, mi nieto Juanito el hijo de Juan, uno de los Ketama. Mis hijos: Juan, que está ahora con Pitingo, y, mi Antonio, que está haciendo cosas solo. En mi familia hay muchos jóvenes con probabilidades de ser algo importante, pero tienen que esforzarse mucho porque hay una competencia enorme en la guitarra, en el cante, en el baile.

-¿Qué opina de eso que llaman 'fusión'?

-Yo soy flamenco puro, sin embargo, en mi familia se da mucho la fusión: mis hijos Antonio y Juan, los nietos que están en eso ahora… Lo que importa es hacer músicas que estén bien hechas, como Dios manda. El público es el jurado. Ahí está

Fuente: granadahoy.com

 

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